Último día de mi viaje a Copenhague. Domingo.
Nuestro vuelo de vuelta era por suerte a las 20:35. Eso significaba que teníamos, al menos, medio día para seguir disfrutando más de la ciudad. Además, tuvimos mucha suerte. En el piso solo podíamos estar hasta las doce del mediodía (lo pactado y pagado), pero hablé con el dueño del piso y me dijo que como nadie lo había alquilado ese día, podíamos quedarnos tanto como quisiéramos. Así podíamos disfrutar del día, sin tener que ir cargadas con maletas. Le dije que nos iríamos a las cinco y no me puso problema ninguno.
Una vez nos levantamos y desayunamos como reinas, puesto que nos teníamos que terminar todo lo que teníamos en el frigorífico, empezamos a recoger la habitación y las maletas. Cuando estaba todo más o menos controlado, nos vestimos y nos fuimos a la otra parte de la ciudad.
Hasta ahora, cada vez que salíamos del piso íbamos siempre hacia «el centro», por así decirlo. Siempre nos dirigíamos hacia la plaza del ayuntamiento y todo lo que hay detrás. En esta ocasión, decidimos caminar justo para la otra parte.
Nuestro objetivo ese día era ir a Frederiksberg. Nos habían dicho, que por esa zona, zona de gente con dinero, había un parque que era impresionante. Y la verdad es que estaba relativamente cerca del piso. Una vez más con el mapita en mano y al cabo de haber andado unos kilómetros, llegamos a ese magnífico parque de 64 hectáreas.
Nada más llegar nos encontramos con el Palacio de Frederiksberg, un palacio de estilo barroco situado a las puertas de este parque. Es muy bonito aunque sencillo, pero más bonitas son aún las vistas que tiene, ya que está en alto. Tras unas foticos en el palacio y admirar las vistas, decidimos caminar sin rumbo.
Por el parque había muchas zonas con agua, así que conforme íbamos andando nos encontrábamos con puentes de distintos estilos, algunos eran victorianos otros estilo chino…
Todo estaba lleno de patos y, la verdad, es que hacía un día espectacular, aunque nublado. Creo que fue un momento muy tranquilo para nosotras el ir paseando por allí con el sol, que de vez en cuando se asomaba tímidamente, acariciándonos la piel. Íbamos disfrutando de la paz que se respiraba allí.
Al llegar a una zona con una especie de lago lleno de patos y cisnes, unos amables viandantes nos dieron pan que les estaban echando a los patos, para que nosotras los alimentáramos. Allí pasamos un rato muy agradable. Nunca le había dado a un pato de comer directamente de mi mano, reconozco que me daba miedo por si me picaba pero ¡lo hice! y fue divertido. Hicimos cientos de fotos y vídeos ahí. Momento que también aprovechamos para sentarnos y descansar un poco.
Tras un rato allí decidimos continuar la marcha y nos encontramos con un montículo desde donde pensábamos que se podía ver el zoo.
El zoo de Copenhague tiene uno de los lados pegado al parque, para que todo el mundo pueda verlo gratuitamente. Es la zona de los elefantes. Pensábamos que estaba menos a mano, así que creímos que subiendo a ese montículo podríamos verlo desde allí. ¡Qué equivocadas estábamos! El zoo era mucho más accesible de lo que pensábamos. Aún así, desde el montículo, disfrutamos de imágenes como la que hay justo debajo de estas palabras. Así que mereció la pena subir 🙂
He olvidado comentar, que mientras paseábamos por Frederiksberg Have, nos cruzamos, de pura casualidad, con un árbol que nos llamó la atención porque de él colgaban cosas de colores. Al principio no sabíamos que eran pero descubrimos que eran chupetes. Habíamos estado leyendo sobre ello la noche anterior.
El árbol de los chupetes guarda una curiosa y bonita tradición: cuando los niños ya son lo suficiente mayores para dejar de utilizar el chupete, lo llevan allí y lo cuelgan del árbol, haciendo un pacto con él y la naturaleza. Ellos dejan su bien más preciado, el chupete, y a cambio los duendes los protegen de todo mal.
Me parece una bonita tradición, que por cierto, ya se ha implantado en algunos sitios de España, como en Sevilla. Parece ser que con este sistema, a los niños les cuesta menos quitarse el hábito del chupete, ya que lo dejan allí como un gesto simbólico y mágico y pueden ir a visitarlo cada vez que quieran.
Cuando ya se acercaba la hora de irnos, buscamos un mapa para ir directamente la parte del zoo. Yo estoy en contra de los zoológicos, pero este estaba ahí, dentro del parque y nos venía a paso para salir hacia el piso, así que decidimos ir a verlo. La verdad es que me impresionó bastante cuando íbamos andando por un camino y de repente vimos a un elefante. ¡Son tan bonitos! Que pena que tengan que estar fuera de su habitat y encerrados para que, nosotros los humanos, seamos felices a costa de ellos.
Tras estar un ratito observándolos, nos fuimos camino a casa. Al llegar, decidimos comer en el kebap donde fuimos el primer día. Tras esto, nos echamos una siesta y a las cinco salimos andando hacia la estación donde teníamos que coger un tren que nos llevara al aeropuerto. Íbamos genial de tiempo y ya estábamos en la puerta de embarque (a media hora de montar en el avión) cuando nos salió un cartel que decía que nuestro vuelo no iba a salir por esa puerta. Tras un rato corriendo por el aeropuerto de una punta a otra, nos encontramos con la cruda realidad: más de dos horas de retraso. Menos mal que llevábamos provisiones para pasar el tiempo y cenar.
La verdad es que, después del viaje, llegamos agotadas pero extremadamente felices.
Fue un viaje increíble, juntas, que nos ha dejado buen sabor de boca y energía para un montón de tiempo. Con cada uno de estos viajes, noto como la amistad con mis amigas se va afianzando cada vez más, sin importar lo lejos que estemos o lo poco que nos veamos.
Al año que viene más y mejor 🙂
Espero que te haya gustado saber sobre el viaje. A mí me ha encantado escribir cada post, puesto que conforme he ido tecleando, he ido rememorando cada cosa que hice en Copenhague y ha sido como revivir el viaje. He disfrutado mucho con estas crónicas y espero que no se hayan hecho demasiado pesadas, porque a veces, soy consciente, me enrollo más que una persiana.
Si viajas a Copenhague, no olvides apuntarte los sitios que aquí nombro, y si disfrutas tanto como lo hice yo, no dudes en contármelo.
Si por otra parte, ya has viajado y ves que falta información (que faltará, era mi primera vez e iba sin saber nada), no dudes en dejar un comentario para que otros futuros viajeros puedan tomar nota y ver las cosas que, quizá de otra forma, no verían nunca.
Mil gracias por leerme.
¡Un besico!
5 Comments
Qué buen viaje te has dado. Me ha encantado lo de los chupetes. A mí, mi madre lo tiró por la terraza y yo lloré mucho agarrada a los barrotes. En realidad no lo tiró, pero yo siempre pensé que si lo hizo. Es más bonito cuando lo llevas a un árbol, sobre todo porque lo llevas tú 🙂
¡Pobrecica Adri! te imagino pegada a los barrotes jajaja
Como siempre, un post y unas fotos muy interesantes. Tengo una pregunta. Yo soy de Sevilla pero nunca había escuchado (ni visto) un árbol de chupetes. ¿Te suena por donde está?
Saludos
Hola Santiago.
Según he leído en internet está en el parque de los Descubrimientos ¿te suena? conocido popularmente (dice en internet) como el Parque del Barco Pirata, en el Paseo de Juan Carlos I y en paralelo con Avenida del Torneo.
Si vas y lo ves mandame una fotico para que lo vea 🙂
¡Gracias por leerme y comentarme!
¡Precioso final! Ha sido un viaje chulísimo y como siempre las fotos un 10. Sacas la esencia de aquello que fotografías. Un besito!